Una vez analizadas todas las premisas, se decidió explotar el espacio y la diferencia de altura entre la finca y el final de la colina para construir los espacios de la bodega con un perfil curvo y un acabado que esté en continuidad con la Granja. Ya no se trata de un edificio, sino de un paisaje. No una emergencia, sino una intervención silenciosa y atemporal. No una ruptura, sino una continuidad natural en el paisaje del Empordà, como un vino que, al ser vertido, gotea de las manos.
En el diseño de la nueva bodega Perelada, la luz natural y artificial se gestionaron de dos maneras: Primero, una que muestra la arquitectura del edificio y, segundo, una que revela su alma y nos introduce en la narrativa del vino.